jueves, 29 de diciembre de 2011

Cada recuerdo de tu mano sobre la mía.

Veo arder Diciembre en cada alfeizar de la ciudad. Veo cómo se retuerce la madrugada en la calle y me someto al delirio y al parecer helado de las estrellas que se estremecen y alumbran como neones cegadores que atraen corazones.

Descubro poco a poco tus pupilas dejándome llevar por la tinta húmeda que me acordona el cuerpo, y me imagino deslizando cada noche mis dedos por tu pelo, mirando desde la ventana el cielo, con la única duda de saber qué tal está nuestra luna, rutilantemente presente.

Veo consumirse Diciembre, y entre los retazos de mi recuerdo algo nuevo mueve e inmoviliza el mundo, algo deja a las palomas en pleno vuelvo inmortalizadas entre un paisaje de plumas sollozando al caer. Algo me hace temblar y cerrar los ojos dejándome llevar y deseándome saberme amalgamado en tus brazos.

Vibro cada noche con cada recuerdo de tu mano sobre la mía tratando de adivinar el método para que no te alejes de mi vida.

Descubro poco a poco que vivo diferente porque tú estás a mi lado. Sueño robándote el tiempo y tus besos frente a tu portal mientras nos miramos callados. Sigues sacudiendo mi fuerza, sigues siendo el impulso que me da energía para sobrevivir otro día. Sigues cambiándome mi vida que, estremecida, suplica encantada retener un segundo más bajo el calor de tu mirada.


Autor: Ricardo S.T.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Revolución.

  Son días de luz y frío, de humedad y llama.

Ella brilla radiante, sabiéndose rutilante al enroscarse con la madrugada y el rumor de olas.

  Él tiembla nervioso al mirarla fijamente, al acorralar sus pupilas en los párpados de ella y al sentirse doblegado por la humedad de la costa, pero descubriéndose refugiado en la sonrisa exaltada y afilada de una joven cenicienta con las manos frías y unos ojos que reían estremeciendo mi cuerpo a poca distancia.

  Suena mi canción y la tarareas mientras le pido a las luces que pasan por el retrovisor que pare el tiempo, que el aire no corra, que la noche no se marche, que se retrase tu reloj y se alargue éste instante presente en el que puedo mirarte de reojo, ver que sigues a mi lado y no tener miedo del calendario. 


  Tocaste mi cara, miradas, canciones, palabras, ilusiones. No hay ninguna luna de diciembre como aquella. No hay nadie que alumbre como ella.


Autor: Ricardo S.T.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Coronas de agua.


  Se formaban coronas de agua sobre el paraguas mientras recorría unas calles llenas de charcos y zapatos mojados. La hora había llegado y el tiempo estaba de nuestra parte. Llovía, soplaba el viento y la poca luz que le quedaba al día luchaba contra unas nubes que devoraban el ambiente.

  Fumando un cigarro y suspirando sin tregua mientras las gotas se deslizan por las cañerías formando ríos en la calle empedrada en la que te espero, plantado y aguardando, esperando que la noche nos acorrale.

  No me reconozco asustado y nervioso, estremecido antes de esta función de invierno en un teatro improvisado, esperando que tu silueta aparezca al final de la calle rompiendo el aguacero, brillando y haciéndome temblar… Será el invierno, o el saberme contigo robándote promesas que pactan conmigo sin saber cómo ni cuándo volverás a dejarte raptar.

Soplaba el café, removías la cucharilla. Te miraba con interés mientras sacudías mi vida.


Autor: Ricardo S.T.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Arden los recuerdos de abril.

Nos estremecemos juntos, derrochados al afecto, cansados entre las agujas del reloj y el cristal de la cafetería. Mirándonos y sabiéndonos juntos entre el olor del café y el sonido de las cucharillas al remover.

Deslizas tu pelo entre tus dedos, recogiéndotelo y dejando ver tu cuello, blanco y largo, mientras te sujetas el pelo con una pinza roja y rectangular. Hablas de lo cansada que estás hoy y de lo mucho que has comido al medio día, aunque sé perfectamente que a lo sumo habrá sido un café con leche con sacarina y unas cuantas rosquilletas.

Esta tarde llevas mi camiseta preferida, esa blanca con líneas horizontales azul marino, que te queda tan bien conjuntada con tu cinturón rojo y los pantalones negros ceñidos, y culminando con esas zapatillas rojas con punta blanca y un montón de estrellas dibujadas con boli.

Me coges de la mano y siento que no quiero levantarme jamás de aquella silla con motivos de flores, ni que nos quiten nunca nuestros cafés de aquella mesa verde, porque solo quiero que sigas pestañeándome cerca, sonriéndome y dejando ver tu mancha del labio…

No quiero que llegue el día en el que pongamos el punto final a este relato perfecto con tinta permanente. No quiero que llegue ese Abril en el que la ciudad se consume entre llamas y yo, solo y descompuesto, haga el mismo recorrido pero sin ti a mi lado.

No quiero que mi biografía esté sangrando cada día, herida de días grises, mates y opacos, lamentando tu ausencia, pensando que te amé demasiado y que tal vez, por amarte tanto, quizás tú no me ames igual. Tengo miedo a que llegue el día en el que sueñe que estarás al despertar como aquella mañana, y que al abrir los ojos me desespere buscándote, aunque sepa que no vas a estar y que jamás volveré a encontrarte.

Tengo miedo de escribir esto algún día y pensar que al terminar, entre humos y escalofríos, vas a venir a buscarme para decirme que vuelves para quedarte.

Tengo miedo, porque sé que no vas a volver a aparecer.

Autor: Ricardo S.T.

miércoles, 5 de octubre de 2011

2º Extracto de la nueva novela de Ricardo Semper Trilles.

Noire vio como Gastón cada vez hablaba menos con él y más con los numerosos grupos de amigas, intentando seducir a cualquiera de ellas, así que se resignó al final de la barra, pidiéndole esta vez al camarero una tónica, sola, sin alcohol.

 De fondo el rumor de mil bailes y humos retumbaban en su corazón, despertando a los pájaros de su cabeza echando de menos el dulce sortilegio de tener una sonrisa a su lado cada noche en su cama.

 Había varias parejas amándose de una forma respetuosa y formal. Él no se atrevía a seguir los pasos de ninguna chica solitaria y seguía dándole vueltas al hielo de su tónica… Noire, absorto, mordía la pajita con la que bebía.

 Casi sin darse cuenta se fijó en una muchacha que, a su lado, hacía puntillas y se apoyaba en la barra tratando que el camarero la escuchara para pedirle una copa. De repente algo cambió en su estado de ánimo. Se fijó en la flor en el pelo negro de la chica, en su muñeca llena de pulseras y en su sonrisa brillante por el gloss de sus labios. Le hacían gracia los saltitos que daba la muchacha para que el camarero le dedicara algo de tiempo, así que Noire, también casi sin darse cuenta, inició conversación con la chica, diciéndole sin pensar –“Este camarero no te hace ni caso, ¿eh?”.

 La chica, algo alterada, asentó mirando a Richard a los ojos y diciéndole –“Ya ves, está todo el rato en la otra punta de la barra, no viene hacia aquí, y yo quiero mi gintonic”. –“¿Gintonic?”- preguntó asombrado Noire. –“Eres de las mías, voy a ver qué puedo hacer”.

 Richard se fue al otro extremo de la barra, y haciéndose sitio entre la gente que demandaba bebida logró hacerse hueco al principio de la barra, donde desde allí veía a la chica, mirándole algo extrañada. En pocos segundos consiguió la atención del camarero, al que le pidió y pagó un gintonic. Volvió hacia donde estaba ella, -“Toma, ¡te lo he conseguido!”- exclamó Noire. -“Vaya, muchas gracias, eres mi héroe. ¿Cuánto te ha costado?”- respondió la chica de la flor en el pelo. -“Nada, invita aquí el héroe”- repondió Noire.

 Ambos sonrieron sin saber muy bien qué hacer, pero sorprendentemente la muchacha le reprochó –“Bueno, ya que no quieres que te de dinero, ¿quieres que te de mi nombre o tampoco?”.
 Noire pestañeó nervioso, no esperaba esta situación tan repentinamente. –“Claro, yo soy Richard”- dijo. La chica de las pulseras en la muñeca le contestó: -“Ohm, así que Richard… Yo soy Chloë, encantada”.

Autor: Ricardo S.T.

lunes, 22 de agosto de 2011

Extracto de la segunda novela de Ricardo Semper Trilles

Sus trifulcas con sus sentimientos pasados se vieron colapsadas al recordar el final de sus historias con aquella rubia. Su canto y guitarreo póstumo a aquella relación le dejaba lagunas sentimentales que se situaban cerca de la pérdida de la cordura y no le gustaba tener que revolver entre sus emociones viscerales y volverlo a pasar francamente mal por alguien que sometió su más sincero cariño hasta la madrugada en la que nuestro amigo se dio cuenta de que nuestra amiga no volvería a aparecer ni en las noches de invierno ni en las mañanas de primavera.

Se daba cuenta de que de esos roces con la rubia y las guerras en su cuerpo eran de hacía ya mucho tiempo… -“Cómo pasa el tiempo”- repetía cada vez que intentaba hacer memoria para recordar su rostro. Sentía vértigo cada vez que volvía a preguntarse qué estará haciendo ahora esa chica que le cautivó muchas noches, varias tardes y alguna mañana en la que ella se dejaba raptar y huía de la clase y de los estudios.

Nuestro hombre, entre suspiros, sabía que otros habrán llegado a la vida de la rubia, que la escapada que ella prometió la habrá realizado con otro hombre. Quizás ella habrá conocido a otro chico con mirada oscura y negra y éste le habrá puesto nombre a todos sus hijos, o un adonis particular la habrá cubierto de dinero y de fiestas en terrazas veraniegas, llegando con un BMW, o Mercedes y regalándole noches de ginebra y apariencias. O tal vez ella siga buscando su estrella polar en los regazos de los muchachos descarriados… O, a lo mejor, ella seguirá sentada en su ventana viendo el tiempo pasar mientras fuma cigarrillos bajos en nicotina para intentar terminar con esa adicción que nuestro amigo le creó al enseñarle a fumar y, mientras se consumen esos cigarros, tal vez ella desea que ese humo llegue hasta nuestro chico y se fuerce el destino para que se vuelvan a ver…

El caso es que él estaba cansado y desfallecido cada vez que amanecía otro día, gris y triste, en el que recordaba a su inspiradora. Sin saber ni cómo ni por qué se asesinaba visitando algunas calles en las que los dos juntos pasaron mientras se enamoraban, quizás ella volvería a estar tan bonita y redicha en algún rincón de la ciudad.


Autor: Ricardo S.T.


(Este extracto pertenece a mi segunda novela, todavía por publicar. El título es todavía un enigma, tanto para mí, como para los seguidores que quieren leerme).


Gracias a tod@s por todo el apoyo incondicional que me dais.

lunes, 27 de junio de 2011

Femme Fatale.

La madrugada añil lo había dejado claro… Tenía que ser esa noche, tenía que ser ella, la marcha triunfal hacia la reconquista de su vibrante azul.

Los farolillos adornados iluminaban con luz tenue aquel garito donde las claras con limón se consumían y el paquete de cigarrillos iba disminuyendo y desesperándose entre favilas compartidas.

Presumía bien cada poro de su piel, la rubia deslumbraba y la situación era precisa, genial, estampada en un manto estructurado en el que los sentimientos, pasionales y ya recordados, se fundían en un claro rostro de personalidad, ambición y tétricas palabras medidas que, al uso, servían para hacer de aquel momento un ambiente de estrategia y aspiraciones, ilusiones y encantos que mostrar para volver a intentar amar a la rubia, esa que no paraba de azulear.

Hecho al fin, y con el leve tacto de sus labios, él, el chico, feliz, volvió a su casa con gran espera y dilación, desesperación y poca precaución deseando volverla a ver, estar con ella una vez más, a su lado, regalarle otra vez sus suspiros y besos, hacer callar a la luna, que ya empezaba a gritar, diciéndole que él volvía a ganar, que podía ser más fuerte que cualquier mala jugada del satélite con luz astral, mostrándole de qué manera conseguía cicatrizar su herida azul.

Tras un fin de semana sin muchas noticias de su deseo añil, la alargada sombra de la Milana volvió a cautivar su nuca, intentó retorcerle de nuevo la columna vertebral, aterrorizándole y estremeciéndole con pensamientos en diapositivas que mostraban sus deseos truncados al saber que la rubia tenía su luna particular y que ésta viajaba y hacía vibrar otros corazones con situaciones imprevistas y matices que no podía olvidar.

Le desgarraba la garganta la presión continua de bombardeos a su nostalgia. Le acuchillaban tormentos de noches con azahares pasados que le eran ajenos y se sentía inútil en la tarea de intentarla convencer, una vez más, para que ella le volviera a azulear.

… Y la pavesa manchaba sus pulmones con ritmos cardiacos, volvía a arañar el cristal de su ventana y deseaba, con fuerza y gracia, que su mirada triste y turbia se difuminara con la de la rubia…

… Pronto, porque siempre hay huecos por los que escaparse, deslizarse y escuchar el fiero canto desconsolado de la soledad hecha locura… Aquella locura que nos hizo bailar sobre las dunas de mi sábana; porque no hemos cambiado tanto, porque sigo cansado y hacinando letras en tus pupilas, temblando, esta vez en el calor de Junio, esperando nuestro turno.


Autor: Ricardo S.T.

lunes, 20 de junio de 2011

Segunda novela de Ricardo Semper Trilles

Hola amigos lectores. La razón por la cual llevo un tiempo sin escribir en nuestro garito es porque estoy preparando la segunda novela, que puede ser publicada a finales de este verano 2011.

El título y el tema, o una breve sinopsis no puedo facilitárosla todavía, ya que al no estar todo completo y concreto no puedo comprometerme a materializar un principio de idea fija.

Por ello, os pido que sigáis fieles a estas letras, pues en breve publicaré otro relato, avanzándoos algo de la próxima novela.

Sin más, me despido agradeciendo a todos vuestro compromiso, que me ayuda cada día a seguir con esta ilusión.


GRACIAS
.

Ricardo S.T.

martes, 26 de abril de 2011

Apuremos otra noche.

Por aquel entonces el humo ya se deslizaba por su garganta, los dedos amarillos ya no alcanzaban a contar las horas de madrugada que se volvían cortas y el calendario parecía que ardía en su contra.

Quedaba en su mente, y en el hueco de su garganta, un retazo de sonrisa que todavía creía recordar, un sollozo envolvente y estremecedor que limitaba su voz, hacía temblar su mano y rasgaba su espacio temporal.

La noche acorralaba a eso de las cuatro ante merídiem y era imposible mantener la ceniza controlada. Con cada suspiro esparcía la pavesa por su habitación que, a su vez, quemaba sus pulmones al ritmo de favilas consumidas con cada recuerdo evocado.

Las alusiones en pretérito parecían indefinidas, y la combustión del vibrar palpitaba en su interior, se agitaba… Y él, esperanzado, se sacudía errores y excusas mal nombradas con un suave y ligero pestañear que siempre iba acompañado de un fruncir de cejas bullicioso.

Temblaba la noche y él trataba de adivinar cómo era el último brillo de los ojos de ella al mirar, se esforzaba en emprender una lucha interna para recordar su último batir de alas, esa bandada asesina de pájaros enjaulados que rompía cada horizonte naranja mientras sus pupilas se afilaban…
De aquel parpadeo inmortal solo quedaba escombro de plumas que se desvanece con cada letra dedicada.

¿Cómo estarás ahora? Te echo de menos, cómo pasa el tiempo.
Ahora espero tener el reflejo de un espejo con el que me pueda reconocer, con el que pueda embriagarme y pensar que recibiré postales del extranjero contándome que somos otros, que las melodías vuelven a sonar. Que somos más viejos. Que aquel otoño sigue siendo nuestro.

Luz y letras para regalarte mi vida, decirte que la tarde es tuya, para suspirar con que volvamos a aquella cafetería donde el mundo se paró, donde me escuchaste y me buscaste, donde hiciste que me perdiera y cambiaste el norte de posición, apagaste la estrella polar y me enseñaste que las frías mañanas, grises y húmedas, llenas de mantas y rosas blancas son para pasarlas entre besos y humo de café recién hecho.

Lléname de nuevo con tus bailes de cucharilla entre sacarina e ilusiones. Inúndame con vértigo otro invierno. Haz que resuene otra vez el eco de esos traicioneros nervios que siempre he sentido antes de brindar contigo con un roce de caricia intrépida al saludarte. Haz que vuelva a nevar en el hueco de mis manos cada verano. Invéntate pétalos en primavera… Que nuestro árbol (del que ya te hablé) sigue con hoja perenne, sigue queriendo escapar, despertar a tu lado, sentirte.

Apuremos otra noche.

Vuelve y recoge mi silueta tendida en mi cama, vuelve a tocar el cristal de la ventana y juega de nuevo con tu vaho. Déjate convencer para que vuelva a enseñarte que podemos sentirnos vivos si somos la lluvia tras el cristal.

Haz que esta voz no se consuma recordando el morir del último portazo, que no se desgarre este último milagro.

Eres de nuevo una herida abierta, un grito desconsolador del que es imposible escapar, un deseo póstumo por el que estallar en un desgarro de vida, y de desgarrar tanto, sigo deseando tu presencia, tu sombra alargada entrando por la vereda de la puerta de mi habitación despertándome el día y removiendo las horas. Sigo queriendo raptar este fantasma de viejas citas desconcertadoras que toman el color del domingo y apuñalan mi amor propio a cambio de centímetros congelados llenos de luz, a cambio de madrugadas inmortales decidiendo si el botón de tu camisa iba a hacer historia aquella noche.

Haz que estos grises despertares y amaneceres tristes dejen de adelantar mi final.

La ciudad arde y grita, maldice y rasga esos rincones sin luz en los que el futuro no importaba si te agarrabas de mi mano, también las despedidas malheridas frente a tu portal.

Báilame el agua de nuevo, que mi corazón está codiciando otra vez el privilegio de mirarte a los ojos y recordarte que nunca es tarde para amarme, preguntarte si te acuerdas de mí y regalarte, sin tenerte en cuenta mentiras y esperas, mis letras. Acariciarte, recapitular hasta el momento en el que decidimos ser eternos.


Autor: Ricardo S.T.

martes, 22 de febrero de 2011

Post de agradecimiento.

En los últimos minutos, nuestro garito ha superado las 10.000 visitas. Os agradezco todo el apoyo incondicional que me dais. 10.000 gracias por pasaros por aquí y leerme.
Hasta pronto!



Ricardo S.T.

lunes, 14 de febrero de 2011

La madrugada añil del 14 de Febrero.

Dicen que la gente que se pinta bajo los clamores de la luna es un exiguo, carente, escaso y falto de discernimiento, intelecto, juicio y razón.

Dicen que los bohemios son irascibles, excéntricos, extravagantes, raros... Que se someten a la fuerza y presión de sus sentimientos, de su vida interior. Se conoce que no les importa qué dirán más allá de la piel de su amada, de la mancha de su carbónico o de las sábanas que cubren sus madrugadas... No sé, el caso es que somos unos enterrados curiosos. Unos vividores adictos a alguna droga poco original que se desviven añorando y rezando a alguna luz de una noche inmaculadamente oscura.

Sí, no está bien, pero fumamos, bebemos y amamos como todos... Bueno, más bien demasiado, aunque siempre creemos que este mundo es un segundo plano dentro de un universo constante que rompemos al estremecer nuestras mentes, al cerrar los ojos y levitar nuestro cuello. Al ver como el día es retorcido, cambiante y se duerme cuando nosotros despertamos.

Podemos saber que hay algo distinto que nos hace, cuanto menos, discutidos: Un sencillo brillo tenue a lo lejos que nos hace recapacitar y suspirar con cada matiz que roza y hace estremecer cada momento vivo, cada punto y aparte; Su luz, su cariño, su redoble de texturas que suena y se siente al adivinar la silueta de esa emoción tendida en el suelo de nuestra habitación.

¿Qué más da llorar o amar?, ¿besar o sollozar? Si deseamos sentirnos vivos para poder desear morir. Y tentamos a la suerte para que aquel castigo interpretado que es el amor llegue a nuestra vida y nos afile las puntas de los lapiceros, nos ponga tinta a las estilográficas, nos sirva de papeles e ideas y nos de libertad para elegir si pasear o morir cuando necesitamos a nuestra musa perdida entre las dunas de nuestra sábana… ¿Qué más da si ganamos o perdemos?

No importa que Penélope nunca regrese con Ulises, ni que la Cenicienta no encuentre su tacón… ¿Qué más dará que el veneno corra por las venas de Romeo si Julieta yace a su lado? No importa mientras nos sacuda la alargada sombra de la intensidad amorosa, la duda o la certeza de que otro mundo es posible a tu lado.

Todo es diferente cuando nosotros, los bohemios, te escribimos. Cada letra está escrita diferente porque tú la estás leyendo. Cada frase tiene una entonación distinta porque sabes que hablo de ti.

Por eso… Dejaos convencer, pasad y disfrutad de la vida nocturna, de ir al revés del mundo y que la gente que, hacinada, completa la ciudad os pregunte por qué lo hacéis.
Dejad que la cirrosis os perfore el hígado, que el amor lo hago con el corazón y sabed que vuestra musa será vuestra vida y vuestra asesina.

Dejad, por favor, que al cerrar los ojos y coser vuestras pestañas sintáis como cada noche vibrante y brillante os vuelve negro lo que corre por las venas.

Para los que no aceptéis el reto y sigáis con la rutina diaria… Sí, esto es ser parte, comprender y enamorarse de los bohemios.

… Y porque también amamos la libertad, el sexo y el disfrute de la vanidad ajena...


Autor: Ricardo S.T.

sábado, 29 de enero de 2011

Madrugada de tedio y relámpagos.

Madrugada de tedio y humos que bailan enroscados en ceniza. Noche de pupilas afiladas clavadas en el horizonte más cercano de mis recuerdos. Sombras al borde del pleonasmo se esfuerzan cada vez que susurran entre ellas intentado adivinar la silueta azul que veo cada vez que despierto.

Vuelvo a nuestro turno y descubro una franja impermeable en el azul del cielo. Mientras todo oscurece, justo cuando cae la tarde naranja, veo como el pacto del sol con la noche se rompe por los retazos de plumas de bandadas de gorriones que recuerdan al dulce sortilegio que me regalaste, despeinada, en el asiento de atrás de aquella falúa en la que te amé.

Llueve y sigo arañando el cristal. La luz febril de la calle provoca chapoteos de gatos insomnes que se asustan y huyen cuando me escuchan soñar que cuento relámpagos contigo. Un espectáculo sentimental yace sobre el ruido de tu oxímoron desgarrado en el frío gris del cielo tormentoso.

Cuando nos quisimos dar cuenta, la taquicardia invadía nuestros pechos, latentes y ardientes, desfigurados por el recuerdo de aquel susurro ensordecedor que apareció, abrazado a tus caderas y entró por aquella ventana azul que estaba siempre abierta de par en par.

Los mechones se volverán a erizar con la humedad. Volveremos a confundir el verano con la nieve y el invierno con cometas comprometidas con la brisa. Confundiremos tu piel y mi piel, fundidas, destrozando nuestros cuerpos prietos. Escaparemos del mundo, de nuevo, con el único equipaje de nuestros besos descaradamente azuleados.

Llueve, y sigo despierto sollozándole al oscuro tacto de mi cristal, que echa a temblar cada vez que sueño e imagino tu batir de párpados a mi lado, escapando y pactando un plan de huída hacia tierras lejanas donde seamos eternos mientras la luna baile en tus labios.


Autor: Ricardo S.T.

martes, 4 de enero de 2011

Deseo azulado.

Y como te dije… Ponte en situación. Madrugada de enero. Tintes fríos se vierten sobre la ventana. Ojos entrecerrados, húmedos entre las pestañas que intentan robarme hasta la mañana siguiente. Febril humo que recorre verticalmente cada centímetro de mi habitación.

Devolviendo quehaceres a un sentimiento lleno de interrogantes azules en tus ojos, signos de exclamación oscuros en los míos. Formas redondeadas, felinas, atrapando visualmente un deseo.

Un deseo que me recuerda a situaciones frías, a recuerdos grises como el de aquel verano que nevó en mi habitación. Un deseo azul que hará que desee que te quedes conmigo mientras haces que cada página de mis libros sobrevuele y se tumbe sobre su tapa, dura y compleja con ribetes negros y dorados que embellezcan su torso.

Un deseo azul que remueva todos los folios del cajón, descuelgue las fotos colgadas de la pared y haga temblar la ropa tendida en el balcón.

Aquella sensación azulada hará de la calle un arañazo en mi cristal, un tiempo estancado en el que echarán a volar todas las palomas, se removerán todas las hojas a tu paso, se levantarán cenizas y humo de los cigarros fumados pensando en ti y cubrirán todos los paisajes, los veranos, los diciembres y los febreros, quemando con la ceniza el sol del ocaso y descubriendo que mi silueta sigue en tu suelo.

Necesito tus matices arrojándome por el acantilado de cada página azul que tintas con tu carbónico, necesito creer en ti, en lo que encontré aquella noche en la que música y conceptos de multitudes me echaron una mano y me hicieron tropezar contigo, con aquella musa azul, de celeste luz y roces de letras en sus manos. Hicieron que recordara que quedaban suspiros por los que enredarse con la multitud para verte entre la feroz marea de gente, pese a los empujones, pese a las miradas, pese a que tu azul me haga temblar.

Ésta podría ser la carta de un hombre que echa de menos amar mientras se cansa de maldecir los días en los que me dices que todo va a irme bien, odiar los segundos lamentándome porque sé que no me importa aquel que haga estremecer tus caderas ya que sé que eres mi texto, mi música, mi alcohol y mi melancolía. Mi recuerdo inerte y sobrio sobre el que despeinaría oro, sobre el que buscaría adivinar mi voz con tu voz en mi habitación.


Autor: Ricardo S.T.