martes, 1 de mayo de 2012

Ocre de primavera.

Rasgan los ecos en cada mirada, ella se revela brillante y ocre a la luz atenuada de la tarde.

   A él le encata acariciar su rostro, se hace grande desatando su cariño hacia ella, tan bonita y bella que conjunta con la luz tras el cristal, que reluce y hace formas con su sombra formando siluetas que, desde el horizonte de esta cafetería, encandilan a los dos amantes, que se agarran de la mano y se saben eternos.

   Inseparables corazones teñidos por el olor a café y primavera se encierran cada uno en la pupila del otro. Ella se recoge el pelo de la cara tras la oreja, él la mira mientras remueve en el café la cucharilla.
 
   Los dos inventan su universo paralelo, donde solo ellos reinan, donde se enroscan con las estrellas tan solo ideando un baile y un susurro en voz baja que palpite.

   Él sonrie, no puede dejar de mirarla. La besa y todo desborda. Ríos de brillos anegan sus labios, inmunes al paso del tiempo exterior, dejando estático el mundo. Todo se para, el aire no corre.

   Él estremece, cada parte de su cuerpo se enamora con cada roce de cada beso. Todo él se enamora de ella, de la chica rutilante que ha mejorado su vida, que ha cambiado su mente, que le hace feliz cada día.

La chica de las manos frías que me enseña a amar como nunca lo he hecho. Te quiero.

Autor: Ricardo S.T.