miércoles, 29 de abril de 2009

Algo más de 50 metros.

Llevo días buscándome… No quiero pensar en arena de playa ni nubes que reinventan su voz.

Me veo al revés siempre que recuerdo brillos de fotos… Estatuas de sal que preparan su salto mortal.

Fue algo que salió mal y ahora no mira a la cara en los cruces donde se dibujan momentos de ciencia ficción.

Si echo la memoria hacia atrás ensucio recuerdos… Solo sueño con fotos sin flash que al revelarse hacían ver labios rosados y felinos ojos, aquellos que me inundaron y me hacían vibrar.

Podría contar que ocurrió ayer, podría decir que hace tanto tiempo que el sol se ha vuelto a poner… Me acariciaban aromas de playa y fuego, me rozaban emociones que brindaban por algo que por fin existía, algo conocido etílicamente y terminado de forma melancólica.

Ella con el ruido de fuera no pudo ver que aquello era algo más que pasajero, algo con lo que de un tiempo a esta parte se hubiera contando como un antes y un después… Y así fue.

Ella llegó tarde, quizás no me vio y vio a demasiada gente… Tal vez en vez de su presente vio una fiesta en su lengua… No vio esa “reflejada solar” que despuntaba en nuestros corazones.

Tu rostro, de repente, claro y brillante me ilumina… Tus gestos me llevan a memorias y recuerdos donde bailaba hasta el amanecer… Junto a ti.

No había principio ni final, tan solo lo que querías ir contando… Yo simplemente respiraba y te amaba, resumía en letras lo que dejé y recogí en ese lugar… En esa burbuja de hielo donde la ambigüedad y lo real surcaban con nudos entre las manos.

Al salir de la pista vi que aquello me dejó en la espuma de una marea… Me atrapó una red de una novela de Poe.

Me dejó algas tejidas en forma de desilusiones, me dejó, como diría Vetusta Morla, los versos borrados, la tinta de un borrón, un papel mojado.

Me estoy cargando de nostalgia… Y me sigues pareciendo la chica más granizadamente especial de la ciudad mientras tu nombre aún sigue escrito en la arena aquella primavera.

Mi portal aún busca el rincón donde los ecos de los susurros se agarraban de la mano, por miedo del futuro.

Ahora hay noches vacías donde vuelvo solo y malherido, aburrido y vigilando las caras de viajeros que vagan junto a mi.
Aún arde la llama que encendiste… Y debimos decirnos algo antes de que nos dejáramos de acercarnos y besarnos… Y mientras tanto quedara muerto.

Ahora son algo más de 50 metros de distáncia...

Y siempre, siempre… Mirarte a los ojos, y tal vez recordarte que antes de rendirnos fuimos eternos.


Autor: Ricardo S.T.

martes, 7 de abril de 2009

Comisura.

Él vestía bermudas. Era una noche calurosa de un movido verano. Ella, expectante aunque con cierto tono interesante, le esperaba.

Él, cada segundo se perdía por la comisura de sus labios, recordándola, viendo el tiempo luchado y ganado, sintiendo esas partículas de aquel comienzo arenoso y amoroso. Notando y sintiendo aquellos factores que hacían de ese día uno de los más recordados de su vida.

Tiempo atrás él se dejó caer sobre la que parecía la más dulce de las opciones. Se dejó embaucar hasta las trancas por aquellos ojos felinos, dedicados a la luz lunar cada noche, cada momento.
No cabían más cosas en su cabeza que ella, ella, ella… Metáforas al uso que se quedaban cortas a la hora de expresar y magnificar sus emociones…

Ella lo esperaba, después de que él concertara cita con la que sería su futuro más oscuro y desagradable, en el relieve de las escaleras de un lugar con fuerte gradación simbólica.
Ella estaba allí, tan tan radiante, quizás cambiada exteriormente por acciones, sucesos y alguna que otra copa, él, sin embargo, la veía como siempre, la sentía y besaba como nunca. Él no sabía que aquella chica que le ablandeció el corazón una y otra vez se convertiría en una foto sin flash.

Tacones amarillos y encajes de vaquero le sacudieron, le hicieron vibrar hasta intensificársele la piel. Se erizó, su piel se activó cuando esos ojos los tenía delante, cuando los ojos de su chica los disfrutaba y le hacía recorrer toda su espalda a base de punzadas de color blanco y negro.

Abrazos, besos, sonrisas.
Ella podía detener el tiempo con solo un batir de párpados, y así lo hizo mientras él se rescostaba sobre aquella rugosa pared.
Bolas de collar rozaban el cuello de ella, rociándose levemente de su característico perfume. Él las contemplaba y se quedó impregnado en su corazón y en sus letras ese inconfundible aroma.
Vibró junto a su chica, se elevaron hasta la cumbre de ese amor anunciado meses atrás.
De la mano se despidieron calle abajo, en medio de tanto ruido se dieron un beso más, uno de despedida. Acordaron verse, acordaron volverse a amar… Pero no sabían que ese beso de despedida sería el último, sería el final. Sería el que siempre será recordado como la última parte de cariño demostrado.

Él No volvió a rozar la comisura de sus labios. Enloqueció soñándolos.
Quería volver a disfrutar de sus ondulaciones, de su fina tez blanca y su rosa al lado, quería acariciarle y volver a ser lo que fueron antes de rendirse… Eternos.
Ella al margen, guardada en su sí hasta hartar, increíblemente enamorada.

Las emociones de ambos no volvieron a bailar sobre la pista construida durante meses. Los sentimientos jugaron al escondite, donde fue imposible encontrarlos, otra vez… Como cada mañana.

Él seguía enloqueciendo muchos días, aunque muchas más noches… Mil noches.


" Dedicado a mis lectores, en especial, a mis seguidoras del otro lado del charco, a las cuales les debo y agradezco tanto tanto apoyo y ánimo que me permiten seguir juntando letras y demostrar que todos podemos disfrutar."
GRACIAS


Autor: Ricardo S.T.