martes, 11 de septiembre de 2012

Viento del último baile lento.

   Y la presión volvió a apoderarse de él. Estremecido, se rindió al temblor y a la respiración profundamente rápida.

    Explotar es lo que necesitaba, revivir al golpe de emociones para soltarse y escapar de la losa que le deshace con cada mirada al cielo, al cruce del avión que estelea de blanco el azul y el oscuro de madrugada, con el claro de luna atormentado mientras rasga la frágil resistencia de mi pupila reflejada en la cuchara de tu café que trata de refugiarse agazapada hasta que se vuelva fulgente.

Las noches que me atrevo a pensar cómo tratar de convencer al carbónico para que baile, a mentirle para evitar que la verdad me cace, para hacer raptar su tinta y poder desaparecer atado en la cinta de su pelo, y amanecer acorralado sabiéndome desgarrado al adivinarme tendido descubriéndome a mí mismo lo que siento cuando digo que miento al fugarme con el primer viento que tinte el último baile lento, la última presión blanda que vuelve a mí, aquí.


Autor: Ricardo S.T.

martes, 17 de julio de 2012

Desde la oscuridad, Marte.

  Las razones con el tiempo terminan por adivinarse, aunque sea entre la multitud, son como un relámpago convertido en bengala, que se dispara, te ilumina la cara y te descubre enfocándote desde lo más alto. Es entonces cuando uno se gira, mira quién ha sido el que apretó el gatillo, porque nunca es un relámpago, siempre es un tipo con un arma, y descubre que no ha sido el destino, tampoco la mala suerte ni la incoherencia dada por el calor y las llamas.

   Llega un momento en el que el brillo mate de los ojos ya no importa, se pierde la emoción lasciva -que es el dedo índice pegado al gatillo- y se recupera la cordura.

   Ya no impresiona ni se desean cosas que piquen en la piel, sino que te la vuelvan a erizar, que el simple hecho de una mirada pícara ya te ha dejado de atraer y te vuelves a girar, buscas de nuevo la mírada que te acolcha, te edulcora y te cuida como ninguna otra, la mirada que te admira, que desea mirarte a todas horas.

   La bengala, como el relámpago, se apaga, vuelve la oscuridad. Entonces miras al cielo, vuelves a ver Marte, rojo. Es pequeño, te ha costado verlo ahora, pero te acuerdas de la última vez. Sigue siendo Marte, sigue siendo rojo, sigue queriendo enamorarte.

   De momento, como la suerte creada y el destino desgarrado, el dedo está sobre el gatillo, prieto y con olor a sucia pólvora. 
Yo soy más de aroma del café y papeles de luz, de abrigos que cuesta ponerse, de besos de verdad, besos que, llegada la hora, buscaremos como buscamos Marte, en la oscuridad.
 
Autor: Ricardo S.T.

jueves, 21 de junio de 2012

La mirada saldrá bien.


La mirada saldrá bien, tus recuerdos volverán a hechizar mis pupilas que, rígidas, temblarán fastuosas esperando el milagro de tu voz reflejada en mi vida.  

Se hace ardua y sórdida la ausencia. El sudor del mundo se tambalea en junio. Se oscurece el sol y el sombrío congela mi habitación, todavía llena de tu perfume y manchada de mis cenizas. La presión desgarradora de mi garganta grita tu nombre, a su vez, millones de pesares inundan los párpados que, solemnes, deshacen el tiempo.

Sin previo aviso viene el bochorno tras la hoguera, la humedad tras el cristal después de una madrugada de tormenta, de relámpagos azules y blancos y una lluvia que no cesa, porque todo empieza y acaba en nosotros, tintes de eternidad y abrazos.

Nuestra soga aflojará. Nuestra mirada saldrá bien, sea al caer de aguaceros veraniegos, al temblar de las hojas o al escalofrío nevado. Todo volverá a tu lado.


Autor: Ricardo S.T.

martes, 1 de mayo de 2012

Ocre de primavera.

Rasgan los ecos en cada mirada, ella se revela brillante y ocre a la luz atenuada de la tarde.

   A él le encata acariciar su rostro, se hace grande desatando su cariño hacia ella, tan bonita y bella que conjunta con la luz tras el cristal, que reluce y hace formas con su sombra formando siluetas que, desde el horizonte de esta cafetería, encandilan a los dos amantes, que se agarran de la mano y se saben eternos.

   Inseparables corazones teñidos por el olor a café y primavera se encierran cada uno en la pupila del otro. Ella se recoge el pelo de la cara tras la oreja, él la mira mientras remueve en el café la cucharilla.
 
   Los dos inventan su universo paralelo, donde solo ellos reinan, donde se enroscan con las estrellas tan solo ideando un baile y un susurro en voz baja que palpite.

   Él sonrie, no puede dejar de mirarla. La besa y todo desborda. Ríos de brillos anegan sus labios, inmunes al paso del tiempo exterior, dejando estático el mundo. Todo se para, el aire no corre.

   Él estremece, cada parte de su cuerpo se enamora con cada roce de cada beso. Todo él se enamora de ella, de la chica rutilante que ha mejorado su vida, que ha cambiado su mente, que le hace feliz cada día.

La chica de las manos frías que me enseña a amar como nunca lo he hecho. Te quiero.

Autor: Ricardo S.T.

viernes, 20 de enero de 2012

Varillas.

¿Qué les ocurre a las varillas del reloj?

Dramáticas, se balancean secas de tiempo, teñidas de negro cuarteado, movilizando el ambiente y rasgando el eterno deseo de saberme a tu lado.

Agazapadas en silencio, se cubren de brea y sollozos con cuerpo de un humo que baila con cada suspiro que acorralo en mi habitación provocados por imaginarme viéndote tendida sobre mi colchón.

Quiebro mis pulmones mientras se consume la pavesa encendida, sabiendo que las líneas de niebla y humo se retuercen esperando al sol, y besan mis ojos e intentan sucumbirme ensordeciéndome las pupilas bajo otra fría y afilada madrugada soñando con tus manos y con tu silueta detallada.

Suspiro esparciendo líneas de prosa relatada, cayendo débil y acurrucado, y pidiéndole a esta madrugada despertarme a tu lado. ¿Qué le pasa al reloj, que no corre? ¿Por qué no tiemblan sus varillas adelantando tu abrazo?

Brilla la calle, muerde la noche mientras la luna arde y las líneas de mi carbónico respiran fulgentes y liberadas, tratando de describir corazones, los mejores, gritando besos y situaciones de un enero que viaja en tren.


¿Qué le pasa al reloj, que funciona muerto sin salvarme y sin decirme cuando estaré cerca de tu cuerpo?

Autor: Ricardo S.T.