martes, 17 de julio de 2012

Desde la oscuridad, Marte.

  Las razones con el tiempo terminan por adivinarse, aunque sea entre la multitud, son como un relámpago convertido en bengala, que se dispara, te ilumina la cara y te descubre enfocándote desde lo más alto. Es entonces cuando uno se gira, mira quién ha sido el que apretó el gatillo, porque nunca es un relámpago, siempre es un tipo con un arma, y descubre que no ha sido el destino, tampoco la mala suerte ni la incoherencia dada por el calor y las llamas.

   Llega un momento en el que el brillo mate de los ojos ya no importa, se pierde la emoción lasciva -que es el dedo índice pegado al gatillo- y se recupera la cordura.

   Ya no impresiona ni se desean cosas que piquen en la piel, sino que te la vuelvan a erizar, que el simple hecho de una mirada pícara ya te ha dejado de atraer y te vuelves a girar, buscas de nuevo la mírada que te acolcha, te edulcora y te cuida como ninguna otra, la mirada que te admira, que desea mirarte a todas horas.

   La bengala, como el relámpago, se apaga, vuelve la oscuridad. Entonces miras al cielo, vuelves a ver Marte, rojo. Es pequeño, te ha costado verlo ahora, pero te acuerdas de la última vez. Sigue siendo Marte, sigue siendo rojo, sigue queriendo enamorarte.

   De momento, como la suerte creada y el destino desgarrado, el dedo está sobre el gatillo, prieto y con olor a sucia pólvora. 
Yo soy más de aroma del café y papeles de luz, de abrigos que cuesta ponerse, de besos de verdad, besos que, llegada la hora, buscaremos como buscamos Marte, en la oscuridad.
 
Autor: Ricardo S.T.