miércoles, 23 de diciembre de 2009

El árbol.

… Y… Él se encontraba quizás con el rumor de las hojas de Octubre cayendo sobre sus hombros, mirando al cielo y sintiendo el fresco que acuchillaba su cara al son de lluvias que no llegaban.

El árbol amarillentaba sus hojas y olvidaba el calor y su metamorfosis de meses y temporadas atrás. El árbol se moría por su primavera.

El proceso era el propio y el pensado en rigor de lo sucedido. El llanto desconsolado provocado por el proceso caducifolio solo hacía que agonizar la corteza circundante.

El árbol aceptó su condición de caducifolio y pensó que le quedaban los pétalos de las flores de debajo de su tronco. Las flores eran unas vistosas, de pétalo asimétrico pero de nulo aroma, su fotosíntesis nunca llegaba y eso hacía que el árbol las marchitara pensando en su amada luz, esa tan clara y solar.

Esa luz le había rozado sus hojitas mucho tiempo atrás… Le visitó en primaveras florales y en áridos veranos donde el árbol notaba como el calor hacía que la luz le quemase.

El árbol crecía rozando y haciendo caso omiso a los que venían a cortar sus ramas, a podarlo. Los podadores decían que si no se le podaban las ramas secas, cuando llegara el invierno el árbol no podría aguantar ni tanto peso ni hacer frente a tanta energía sávica necesaria. Pero el árbol crecía y se estiraba en busca de la reflejada solar arriesgando sus apuestas.

Pasaron los días y “la brillante” desapareció, cambiándose por nubarrones que olían a gris. Las hojas empezaron a caer mientras los arbustos al moverse soplaban vientos. Un olor a humedad invadía el bosque. Las plantas se refugiaban como ancianos encorvados mientras el árbol esperaba a sabiendas de que la luz había dejado paso a la sombra inerte de la guadaña.

El árbol soportó vientos y lluvia, vivía con el pasado al frente y el futuro eternamente amarrado al presente.

Los frutos del resto de los vegetales ya eran grises y amargos. Los de nuestro árbol no, aún conservaban el tinte de tus labios, el sabor de tu piel…

Se notaba en el ambiente sensaciones de cambio.

Los árboles ya le habían hecho un camino a Caperucita, llena de la luz y color. El lobo acechaba oliendo a Noviembre. Nuestro árbol débil, sin corteza externa, conservaba sus hojas, cabizbajas parecía que la tierra les llamaba a gritos.

El cuarteto de cuerda de la B.S.O. de aquel día se unió con el viento reinante y acordaron que escribían una canción con rasgos melancólicos que hiciese mirar al cielo, y descubrir una estrella…

Su música triste se llenó de color.

Las hijas recobraron vivacidad y vibraron saludando de nuevo al sol. El árbol se dejó regar para sentir las partículas líquidas moviéndose por sus rugosas capas y sabiendo que tenía que crecer más; tenía que tocar el corazón de la luz. Y creció, y lo tocó a la luz de la luna de un Noviembre precioso.

Todos se habían dado cuenta menos nuestro árbol…
Nos entristecimos con su proceso caducifolio sin habernos dado cuenta de que nuestra hoja ha sido, es y será siempre perenne, siempre junto a su amada luz solar.

Con esto llegó el invierno. Chaquetas que se atan tan preciosamente son regaladas por Navidad y Diciembre coge cierto toque mágico, tanto que el árbol y la luz decidieron dejar de contar estaciones y meses y empezar a contar por años.


Autor: Ricardo S.T.