Era noche de mayo y las emociones se dejaban llevar por transiciones acordadas, por palabras afectuosas y quizás un bonito mundo mejor. Así pasaron los minutos y las copas, y rodeados de caché y sudor me miraste así tan duro, como siempre.
Nos acercamos y nos rozamos las caras sabiendo que ya nada justificaría batallas perdidas, que nuestro corazón tomaba un cierto tono rosado y cariñoso esa noche y se llenó de nervios.
Te miré e imaginé, te hablé y soñé… Después de besarte no olvido tus ojos, alargados y brillantes, grandes y felinos donde poder inundarme en un mar de ginebra, quizás encontrar en tu cuerpo una playa en la que encallar.
Deslizándome por tu cadera, llegando y dejándome caer por el acantilado de tu ombligo me vi dibujando curvas y sensaciones. Intensificaciones de piel hacían que me erizara, veía tus besos, sentía tus labios y veía que seguías a mi lado, tu brazo por fin rodeándome y mi mano uniéndose a tu piel.
Cierro los ojos y todavía te veo a una distancia mínima, intentado raptar tus labios para el futuro.
Tu calma, caricias y la respiración se tuteaban, sin dejar espacio a la luz ni al aire. Te rocé, te sentí y te besé.
Te volvería a rozar, quiero sentirte, quiero buscarte y te encontraré.
Y ahora tú besas el aire que besa mi cara, ahora tú, chica de cuero, bailas al son de presentes y haces que yo me retuerza en pasados. Ahora que los días se alargan más intento pensar en otras futuras conversaciones donde te de besos de terceros y te dedique otros, más emocionales, de mi parte.
Y quizás, con luces, sepa como volver a ese viernes de mayo… Donde la noche y el día se unieron en mitad de dos intensidades, en mitad de dos cuerpos.
Autor: Ricardo S.T.