Ella brilla radiante, sabiéndose rutilante al enroscarse con la madrugada y el rumor de olas.
Él tiembla nervioso al mirarla fijamente, al acorralar sus pupilas en los párpados de ella y al sentirse doblegado por la humedad de la costa, pero descubriéndose refugiado en la sonrisa exaltada y afilada de una joven cenicienta con las manos frías y unos ojos que reían estremeciendo mi cuerpo a poca distancia.
Suena mi canción y la tarareas mientras le pido a las luces que pasan por el retrovisor que pare el tiempo, que el aire no corra, que la noche no se marche, que se retrase tu reloj y se alargue éste instante presente en el que puedo mirarte de reojo, ver que sigues a mi lado y no tener miedo del calendario.
Tocaste mi cara, miradas, canciones, palabras, ilusiones. No hay ninguna luna de diciembre como aquella. No hay nadie que alumbre como ella.
Autor: Ricardo S.T.
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