sábado, 29 de enero de 2011

Madrugada de tedio y relámpagos.

Madrugada de tedio y humos que bailan enroscados en ceniza. Noche de pupilas afiladas clavadas en el horizonte más cercano de mis recuerdos. Sombras al borde del pleonasmo se esfuerzan cada vez que susurran entre ellas intentado adivinar la silueta azul que veo cada vez que despierto.

Vuelvo a nuestro turno y descubro una franja impermeable en el azul del cielo. Mientras todo oscurece, justo cuando cae la tarde naranja, veo como el pacto del sol con la noche se rompe por los retazos de plumas de bandadas de gorriones que recuerdan al dulce sortilegio que me regalaste, despeinada, en el asiento de atrás de aquella falúa en la que te amé.

Llueve y sigo arañando el cristal. La luz febril de la calle provoca chapoteos de gatos insomnes que se asustan y huyen cuando me escuchan soñar que cuento relámpagos contigo. Un espectáculo sentimental yace sobre el ruido de tu oxímoron desgarrado en el frío gris del cielo tormentoso.

Cuando nos quisimos dar cuenta, la taquicardia invadía nuestros pechos, latentes y ardientes, desfigurados por el recuerdo de aquel susurro ensordecedor que apareció, abrazado a tus caderas y entró por aquella ventana azul que estaba siempre abierta de par en par.

Los mechones se volverán a erizar con la humedad. Volveremos a confundir el verano con la nieve y el invierno con cometas comprometidas con la brisa. Confundiremos tu piel y mi piel, fundidas, destrozando nuestros cuerpos prietos. Escaparemos del mundo, de nuevo, con el único equipaje de nuestros besos descaradamente azuleados.

Llueve, y sigo despierto sollozándole al oscuro tacto de mi cristal, que echa a temblar cada vez que sueño e imagino tu batir de párpados a mi lado, escapando y pactando un plan de huída hacia tierras lejanas donde seamos eternos mientras la luna baile en tus labios.


Autor: Ricardo S.T.

martes, 4 de enero de 2011

Deseo azulado.

Y como te dije… Ponte en situación. Madrugada de enero. Tintes fríos se vierten sobre la ventana. Ojos entrecerrados, húmedos entre las pestañas que intentan robarme hasta la mañana siguiente. Febril humo que recorre verticalmente cada centímetro de mi habitación.

Devolviendo quehaceres a un sentimiento lleno de interrogantes azules en tus ojos, signos de exclamación oscuros en los míos. Formas redondeadas, felinas, atrapando visualmente un deseo.

Un deseo que me recuerda a situaciones frías, a recuerdos grises como el de aquel verano que nevó en mi habitación. Un deseo azul que hará que desee que te quedes conmigo mientras haces que cada página de mis libros sobrevuele y se tumbe sobre su tapa, dura y compleja con ribetes negros y dorados que embellezcan su torso.

Un deseo azul que remueva todos los folios del cajón, descuelgue las fotos colgadas de la pared y haga temblar la ropa tendida en el balcón.

Aquella sensación azulada hará de la calle un arañazo en mi cristal, un tiempo estancado en el que echarán a volar todas las palomas, se removerán todas las hojas a tu paso, se levantarán cenizas y humo de los cigarros fumados pensando en ti y cubrirán todos los paisajes, los veranos, los diciembres y los febreros, quemando con la ceniza el sol del ocaso y descubriendo que mi silueta sigue en tu suelo.

Necesito tus matices arrojándome por el acantilado de cada página azul que tintas con tu carbónico, necesito creer en ti, en lo que encontré aquella noche en la que música y conceptos de multitudes me echaron una mano y me hicieron tropezar contigo, con aquella musa azul, de celeste luz y roces de letras en sus manos. Hicieron que recordara que quedaban suspiros por los que enredarse con la multitud para verte entre la feroz marea de gente, pese a los empujones, pese a las miradas, pese a que tu azul me haga temblar.

Ésta podría ser la carta de un hombre que echa de menos amar mientras se cansa de maldecir los días en los que me dices que todo va a irme bien, odiar los segundos lamentándome porque sé que no me importa aquel que haga estremecer tus caderas ya que sé que eres mi texto, mi música, mi alcohol y mi melancolía. Mi recuerdo inerte y sobrio sobre el que despeinaría oro, sobre el que buscaría adivinar mi voz con tu voz en mi habitación.


Autor: Ricardo S.T.