domingo, 4 de abril de 2010

La luz que llora.

La luz que llora, reflejo interior buscado desde la armonía de la felicidad.

La tele apagada, mi cuerpo muriendo y sonando música. Un rostro delante de mi reflejo apagando la luz. Otros paisajes me atan un nudo en la garganta… Y no me atrevo a decir nada porque tus ojos, sin duda, son para mí… Aún tan cargados de oscuridad ni nostalgia.

Y ayer por la noche estabas como entonces, casi igual, pero había distancia, tiempo pasado y muchos errores que provocaban interrogantes de jóvenes promesas.
Ecos de susurros. Agárrate de mi mano, que tengo miedo del futuro.

¿Para qué levantarme mañana? Brillante y solar golpeando la vida, golpeando silencios y haciendo que se vea más tu ausencia.
Cerré los párpados, intentando que una brisa encogiera en mi mandíbula y se enroscó en tímidos llantos. Se erizó el vello y la piel se estremeció. Ya no grita el frío, ya no corre el viento, pero la cortina insiste en que otro movimiento sin inventar es posible, y baila… Y baila y sortea matices de color y motas de pasión unidas a los desarraigados victoriosos de una noche de ofrenda a la soledad.

Todas las madrugadas con sus horas y manijas recorriendo fueron pasadas dentro de mi cama, inundándome en el novel de la moral de nuestro sexo, sabiendo que ya nada justifica nuevas puertas ni delirios post-venta que hagan que se rompa nuestra hoja de reconciliación.

El espejo del baño grita por mis ojos rojos, levantados y conjuntados con cejas oscuras, latientes a ritmo de llanto y silencios.

Pupilas brillantes encima de la cama.
La mano izquierda sujetando mi cabeza, la derecha detalla todo aquello que mata. Caen gotas encima del papel.
Contorno púrpura absorbiendo el fin de la noche cuando resuenan y hacen vibrar las paredes de mi habitación las siete “ante meridiem”.

Hoy hemos llenado la copa rota, hemos abierto la puerta a situaciones peligrosas y no existían lluvias ni lunas a las que lamentarse.

Un bostezo ausente recorre la pared dedicando sueños a tus huellas.
Y afuera no hay dudas a las que rozar ni ventanas por las que verte y descubrir que tú también echas en falta que la primera reflejada solar venga con noticias reconciliantes mientras te tomas el desayuno.

Gotea la memoria si recuerdo cómo tu boca me provoca si me toca, me ríe o me destroza… Y hace sombra la tele encendida; compañía la manta en el sofá; Melancolía encendida… Las ganas de llorar.

Sonidos de noche con matiz marcado situando acciones en una cuenta atrás que provoca que nuestros cafés discutan por no coincidir en el color de la taza y todo eso sabiendo que aunque en el infierno, queremos que sea eterno.

Las letras sirven para dejar el frío de lado y que abrazos desaparecidos puedan cambiarse por el tinte negro de mi carbónico… Aunque no quede manchado de ti, aunque sepamos que sin verbo no hay acción, y sin acción no hay frase que cree adicción.

Quiero restar Febreros junto a ti, que no haya duda de mi continuidad vital durante todas las velas por apagar.
No sé cómo decirle al brillo mágico que alumbre nuestro camino, ni de qué forma decirte que me aprietes muy fuerte la mano y no me sueltes nunca.

Si se callase el frío tendría una excusa para abrir la ventana y que las cortinas pestañearan dando paso a lágrimas infinitas de viento. Si se callase el estruendo podríamos escuchar como caen los pecados en el cemento de la ciudad. Quizás, si se callasen todos esos murmullos de ojalás podríamos soplarnos en las heridas y comprender que somos iluminados por la luz de la diferencia.

Quizá, si se agrietase la luz de nuestra utopía podríamos hablar de nuestros abrazos, de nuestros párpados rozándose. Que tu voz rompa esta sordidez hablando de nuestro amor imperfecto.

Si pudiese abrir la ventana y dejar entrar sueños, quizás entenderías que nos queda la esperanza.
Y que somos eternos.


Autor: Ricardo S.T.